Petroxic: Odios viejos para pueblos nuevos
Tengo la firme convicción de que más allá de las obras de infraestructura o programas sociales que un mandatario pueda dejar en un país, tras su periodo de gobierno, su principal legado siempre será el sentir que deja impreso en las mentes y los corazones de sus gobernados. Dicha realidad fue manifiesta para mí en el 2016, año del mal llamado Plebiscito por la Paz en Colombia, dicho ejercicio y todo lo que rodeó el Acuerdo de la Habana, lejos de ser un instrumento de paz para el país, fue catalizador de odios que desgarró familias y con ellas la fibra misma de la sociedad colombiana que tantos años había costado remendar. Hoy Gustavo Petro confirma mi tesis, luego de dos años de un gobierno abiertamente mediocre, inepto y vedado por las sombras de escándalos de corrupción y abusos de poder, el único camino que le queda a Petro para mantenerse indefinidamente en el poder es inocular odio desde que se levanta (bien entrado el medio día) hasta que se acuesta. Alimentar la polarizaci